Previamente a la declaración de la Independencia, se debía acordar la forma de gobierno. El Congreso de Tucumán resolvió que el único sistema de gobierno posible, en ese momento, era el monárquico constitucional. Esa conclusión respondía tanto a la decisión de las potencias europeas de monarquizarlo todo, como a la necesidad de unir a los pueblos sudamericanos a través de la figura de un rey.
En la sesión secreta del 6 de julio de 1816, invitado por el Congreso de Tucumán para informar su visión sobre las formas de gobierno predominantes en Europa por entonces, Belgrano opinó que: una monarquía temperada era lo más conveniente para estas provincias; llamando la dinastía de los Incas por la justicia que en sí envuelve la restitución de esta Casa tan inicuamente despojada del trono.
Este informe de Belgrano al Congreso fue comentado por Tomás Manuel de Anchorena a Rosas, en una carta fechada el 4 de diciembre de 1846. La propuesta de Belgrano contó con la adhesión del diputado Manuel Antonio Acevedo y fue apoyada en principio por el Congreso, particularmente por los congresales Pacheco, Castro, Rivera, Sánchez de Loria, Thames y Malabia.
Hasta que el representante de San Juan, Fray Justo Santa María de Oro, propuso que se consultara a los pueblos antes de adoptar una forma de gobierno. El Congreso debatió el tema con la oposición. El diputado altoperuano (Bolivia) José Mariano Serrano se resistió tanto a la dinastía incaica como al régimen federal. A través de periódicos como Crónica Argentina, El Observador y El Independiente se atacaba el proyecto de instalar una monarquía y en particular la idea de Belgrano de coronar a un Inca.
Según el historiador Dardo Pérez Guilhou, Serrano esgrimió los siguientes argumentos para atacar al proyecto de monarquía incaica: "Primero, los males que inevitablemente deberían temerse de la regencia interina que necesariamente debía establecerse hasta tanto se decidiera quién era el heredero incaico. Segundo, las crueles divisiones que surgirían entre las diversas familias aspirantes al trono, que lejos de solucionar el desorden reinante lo fomentarían. Y tercero, por las dificultades que presentaba la creación de la nobleza o miembros que hubiesen de formar el cuerpo intermedio entre el pueblo y el trono".
DIRECTORIO DE PUEYRREDON (1816-1819) Finalmente el diputado por San Luis, Juan Martín de Pueyrredón, fue designado Director Supremo por el Congreso de Tucumán el 3 de mayo de 1816. Ya con Pueyrredón como Director, el Congreso envió al ministro de Guerra Juan Florencio Terrada y a Matías Irigoyen al Brasil para negociar con el general portugués Carlos Lecor y con la Corte de Río. El propósito era ofrecerle al Rey de Portugal el Protectorado del Río de la Plata, bajo la Constitución que aprobase el Congreso, asociando la Casa de Braganza con la dinastía de los Incas.
SE FIJA OFICIALMENTE LA BANDERA NACIONAL El 25 de febrero de 1818, el Congreso de Tucumán (trasladado a Buenos Aires), por una propuesta del diputado Chorroarín aprobó como bandera de guerra la misma que ya se usaba, creada por Belgrano pero con el emblema incaico del sol en el centro.
Para ganar la confianza de los 'naturales del país' y estimular la simpatía de los indígenas por la causa independentista a instancias de algunos diputados, las Actas del 9 de Julio fueron traducidas a las lenguas quechua, aymara y guaraní con la correspondiente fórmula de juramento que debían prestar todos los habitantes de la Nueva Nación. La 'fiebre indigenista', al decir de Carlos Martínez Sarasola en 'Nuestros paisanos los indios', se acabó.
De los intentos de Belgrano por coronar un Rey Inca lo único que nos quedó y pervive hasta nuestros días es el sol incaico en nuestra bandera Nacional-
A 192 años de nuestra Independencia, nuestra Nación aún le debe a la sociedad un debate profundo sobre nuestros compatriotas de los Pueblos Originarios. Recordar, reconocer la Historia, los errores del pasado, nos debe servir para construir un futuro mejor.
La lucha de todos los sectores de nuestra sociedad por la inclusión y la igualdad de oportunidades, es una lucha incesante.
Por muchas décadas la Argentina negó su influencia indígena. A pesar de esto, en la actualidad un 56% de la población es descendiente de aborígenes.
Los conflictos indígenas en nuestra vecina Bolivia y, en menor medida el conflicto zapatista, son un enorme llamado de atención.
En el ámbito internacional la ONU prorrogó la Década Indígena, por otros 5 años, hasta 2010, dada la importancia mundial de la cuestión indígena.
En Argentina, ¿qué estamos esperando?